«La única manera de lidiar con un mundo sin libertad es llegar a ser tan absolutamente libre que tu misma existencia es un acto de rebelión» (Albert Camus)
Negar la libertad es negar la vida misma. Vivimos tiempos dífíciles, incomprensibles en otra época no muy lejana, tiempos en los que el gobierno, apoyado en algunos de los enemigos de la patria, está erosionando las bases mismas de nuestra democracia. Lo que debería ser un país de libertades y derechos -ganados a pulso y con no pocos sacrificios- se está convirtiendo, bajo la sombra de un poder abusivo, absolutamente arbitrario y que vive de espaldas a la sociedad a la que dice defender, en un lugar donde la libertad es atacada y la voluntad popular manipulada. El gobierno actual, con perversa estrategia, está acaparando todos los poderes: parte de la justicia, economía (hoy Banco de España), medios de comunicación, política exterior, mundo empresarial …, con el objetivo de perpetuarse en el poder.
La situación es alarmante. Cada día, sus acciones – o inacciones- debilitan más nuestras instituciones, demoliendo con ello el Estado de derecho. Esta concentración de poder no solo es peligrosa, sino que constituye una forma de tiranía moderna, disfrazada de legitimidad democrática. Quizá sean no pocos los votantes socialistas arrepentidos o al menos confundidos del uso que sus élites, con premeditación y a sus espaldas, han hecho y continúan haciendo con sus votos, dado que algunas de las leyes aprobadas no figuraban en el programa electoral ¿Qué hubiera pasado de haber sabido con anterioridad que iban a aprobar una ley de Amnistía a golpistas y malversadores, o una ley «singular» del fisco catalán? El amado líder de este gobierno se comporta como un dios de barro, que intenta revestirse de una autoridad absoluta, dentro y fuera de su partido, despreciando el equilibrio de poderes y la pluralidad que son esenciales para una democracia saludable. Sin embargo, esta autoridad es frágil y está condenada a desmoronarse bajo el peso de sus propias contradicciones y abusos, y lo sabe, aunque nadie se atreva a decírselo, porque quizá tenga interiorizada la reflexión de Valéry cuando afirma «Lo que más irrita a los tiranos es la imposibilidad de poner grilletes al pensamiento de sus subordinados»
Las consecuencias de este proceso son devastadoras. Se ha generado un clima de inseguridad e incertidumbre en todos los ámbitos: económico, social y personal. Los ciudadanos, al menos esa es mi impresión, que deberían sentirse protegidos por el Estado, ahora se sienten vulnerables ante la arbitrariedad de un gobierno que emplea su tiempo menospreciando, ofendiendo y ridiculizando a sus opositores; silenciando las voces discrepantes (basta darse un paseo por redes sociales, intentar publicar un artículo crítico en ciertos medios -particularmente me han bloqueado en numerosas ocasiones-, o adelantando un año su propio congreso federal ante el clima de tensión interna generado por su último movimiento con el cupo catalán, al mantra de «alinear» las estructuras) y promoviendo la desigualdad. Como consecuencia de todo ello y unido a los efectos que la propia corrupción les está generando, la crispación social exacerbada por las políticas divisivas y el discurso chusco, mediocre, bastante ordinario y polarizante del gobierno, ha alcanzado niveles inimaginables, rompiendo el tejido social y creando impensables e irreversibles fracturas en nuestra sociedad: familias, trabajos, amigos …
Es crucial, denunciar este sibilino y perverso asalto a la libertad y no sólo eso, sino rebatirlo, resistirlo y combatirlo desde la convicción democrática empleando todos los recursos legales y pacíficos al alcance de cualquier ciudadano, pero con firmeza y determinación, esa que otorga la moral y el compromiso con el estado de valores que en la transición y con la Constitución nos dieron nuestros padres. No haríamos bien permitiendo se nos arrebatase lo que es nuestro por derecho: la libertad de expresarnos, de elegir, de vivir sin miedo a la desigualdad política y social. De seguir siendo lo que quisimos ser.
Hoy, en España, nos encontramos en una encrucijada que, de alguna manera nos sitúa ante la disyuntiva entre aceptar la tiranía de un gobierno que nos quiere sumisos y despojados de nuestras libertades, o alzarnos legal y pacíficamente con valor y contundencia para defender la democracia. Evidentemente la opción no debe ser otra que la segunda porque no podemos permitir que un puñado de irresponsables gobernantes ciegos de poder y apoyados por otros políticos algunos de ellos sentenciados por gravísimos delitos en democracia, decidan el destino de nuestra nación que para bien o para mal es el nuestro. No es justo que una minoría agrupada en torno a un único objetivo cual es la destrucción de la España de la que millones de ciudadanos (sin duda muchos más y mejores que ellos) lo consiga.
La musa de la esperanza, esa en la que creemos los que reunimos letras en un castillo de emociones al que llamamos poema, nos dice que el poder del tirano es temporal, pero la libertad, si se defiende con determinación, es eterna. «La libertad, en cualquier caso, sólo es posible, luchando constantemente por ella» (Albert Einstein)
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
0 comentarios