«La democracia solo puede funcionar si sus ciudadanos se mantienen vigilantes y activos en su defensa». (Thomas Jefferson)
La clase política española, en su totalidad, ha traicionado el mandato sagrado que se les encomendó: proteger y defender la Constitución y la Democracia. Unos por interés mezquino y otros por cobardía, han dejado al pueblo español expuesto a chantajes y amenazas, desprotegido ante el embate de quienes buscan destruir los pilares de nuestra sociedad. Ante esta desoladora realidad, surge una pregunta inevitable: ¿Quién defenderá al pueblo ahora que sus propios gobernantes lo han abandonado a su suerte?
Desde la promulgación de la Constitución en 1978, España viene siendo testigo de un constante deterioro de los valores democráticos y del estado de derecho. La corrupción, el nepotismo, la impunidad y la irresponsabilidad han infectado cada rincón del sistema político, convirtiendo a la democracia en una mera fachada tras la cual se esconden intereses espurios y agendas personales. En lugar de servir al bien común, muchos políticos han optado por enriquecerse a costa del sufrimiento del pueblo al que juraron representar: «Juro o prometo guardar y hacer guardar fielmente la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico, lealtad a la Corona y cumplir los deberes de mi cargo frente a todos».
Esta traición no solo se manifiesta en actos de corrupción flagrante, sino también en la indiferencia y la inacción frente a los desafíos que enfrenta la sociedad: crisis económica, desigualdad creciente y la erosión de las libertades civiles son solo algunas de las amenazas que la clase política no solo ha ignorado o minimizado en aras de mantener su estatus y privilegios, sino que en algunos casos las ha propiciado porque, y esto ya se ha visto a lo largo de la historia, «la tiranía requiere que la verdad sea silenciada, que la historia real sea borrada y reescrita, que el discurso sea restringido y que el pensamiento individual sea silenciado». Mientras tanto y como consecuencia de ello, el pueblo evidentemente sufre las consecuencias de cortoplacistas y arbitrarias políticas y decisiones tomadas en beneficio de unos pocos -muy pocos- en detrimento de la mayoría -casi todos-. Porque eso, y no otra cosa quizá sea el objetivo de esta gentuza.
La complicidad y por tanto responsabilidad de muchos políticos en este estado de cosas es evidente. Su silencio cómplice y su falta de acción hablan más fuerte que cualquier discurso vacío, que también los hay y cada vez más, sobre el compromiso con la democracia y el estado de derecho. Han fallado miserablemente en su deber de proteger los intereses del pueblo y han sacrificado el bienestar de la nación por la ambición y la codicia, unos; por la cobardía, el acomplejamiento y la falsa e hipócrita moral, otros.
Ante esta desgarradora realidad, es hora de que el pueblo español tome las riendas de su destino. La indignación y la frustración deben transformarse en acción colectiva y movilización ciudadana. La exigencia de responsabilidad y transparencia a nuestros gobernantes no puede ser ignorada ni silenciada. Debemos apelar, exigir y reclamar la ética moral y profesional frente a la amenaza de estos políticos sin escrúpulos.
Si la clase política se niega a cumplir con su deber, es responsabilidad de cada ciudadano levantarse y reclamar pacífica y democráticamente lo que legítimamente le pertenece: una democracia verdadera y una sociedad justa e igualitaria, porque el noble y gran pueblo español merece algo mejor que la traición y el abandono de aquellos que prometieron representarlo y protegerlo. Es hora de reclamar nuestro lugar en la historia y defender lo que es nuestro por derecho propio.
¡Sacad vuestras sucias manos del corazón de la sociedad, devolver al pueblo su libertad y su democracia!
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
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