A veces se divisan tan lejanos como inciertos no sólo los rumbos, sino las sendas a seguir. Sentirnos invadidos de extrañas apetencias con las que asumir “bondades” no deseadas quizá porque poco o nada tienen que ver con nosotros, porque no son nuestras, porque sutilmente han sido impuestas por no haber sido escuchada nuestra voz porque, confundidos, no optamos por la del corazón sino por la del interés o la conveniencia generalmente de otros a los que subconscientemente revestimos con el aura de superiores o dignatarios de excelsas voluntades. Un “algo” misterioso que nos seduce y somete nuestra voluntad al que se arroga como ser superior dándole el crédito y la “definitiva” confirmación porque, sin ella, su insignificante grandeza sólo sería una muestra más de su infinita miseria moral.

Abandonar nuestra suerte a la conveniencia de otros, -a veces puede resultar bueno- puede llevar implícito hipotecar nuestra “mochila” para que sean los demás quienes la llenen, estos sí, guiados de su interés mucho más oculto, con sus mantras que, a poco que escudriñemos, poco tienen que ver con nosotros.

Juan A. Pellicer