«No hay animal tan manso que atado no se irrite»
(Concepción Arenal)
Camino entre la brisa de un mundo que se dice libre, pero cuyas cadenas son a menudo invisibles. A cada paso, me pregunto si la opresión es solo la ausencia de libertad o si, en realidad, es su sombra más fiel. Me inquieta pensar que ambos conceptos, que parecen combatirse, en ocasiones se alimentan mutuamente, como dos fuerzas condenadas a un mismo ciclo, un mismo espacio y un mismo tiempo.
Desde la noche de los tiempos, la opresión ha sido siempre el grito de la tiranía, pero también la semilla que hace germinar la resistencia. La libertad, en cambio, ha sido bandera de luchas, pero también la excusa de quien oprime en su nombre. ¿Cuántas veces hemos visto dictadores envolverse en la retórica y narrativa de la libertad para perpetuar el dominio? ¿Cuántos imperios han justificado la guerra con la promesa de emancipación?
Creo tener medianamente claro que la opresión es un yugo impuesto, una bota sobre la garganta. Pero los años enseñan que también puede ser autoimpuesta. Hay quienes, por miedo o comodidad, entregan sus derechos a cambio de seguridad. ¿Acaso la verdadera opresión no es aquella que nace del consentimiento pasivo? Si la libertad es lucha, ¿qué ocurre cuando dejamos de pelear?
Vemos en muchos países -en el mío también-, la opresión disfrazarse de estabilidad, de bienestar prometido. La jaula de oro donde las rejas se diluyen en rutinas, donde las voces se apagan en el eco de la resignación o la frustración. Pero también he visto la libertad erigirse en caos, en una selva donde el más fuerte devora al débil. ¿Qué valor tiene una libertad sin justicia? ¿Qué sentido tiene la justicia sin libertad? «That is the question», que diría el clásico.
A veces pienso que libertad y opresión son como el día y la noche, opuestos pero necesarios. Sin la sombra de la opresión, ¿sería la libertad un anhelo o solo una costumbre? Sin la memoria de los barrotes, ¿podríamos valorar la amplitud del horizonte? Quizás no sean antagónicas, sino interdependientes, como el aire y el vacío.
Pero no nos engañemos. No todo equilibrio es justo. La opresión no es una necesidad inevitable, sino una construcción. El poder, en su arrogancia, pretende hacerla parecer eterna, natural. Nos dice que la obediencia es orden, que la disidencia es caos. Nos susurra que el miedo es prudencia, que la sumisión es civismo.
Y, sin embargo, sigo creyendo que la libertad es una posibilidad constante. No es un destino, sino una acción cotidiana. No se nos concede, se ejerce, se reivindica… se gana minuto a minuto. La opresión puede ser un espejo donde la libertad se reconoce y se fortalece, pero no debe convertirse en su excusa para la inacción.
Por eso, intento cada día preguntarme ¿qué estoy dispuesto a hacer con y por mi libertad? ¿Qué estoy dispuesto a desafiar para no vivir sometido? Porque la peor de las prisiones es la que uno mismo deja construir a su alrededor. Y la única libertad que merece ese nombre es aquella que no teme el precio de ser vivida.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (arriba los corazones)
Libertad y paz paradojas de una eterna constante.
Asi es como dices mi estimada Rocío.
Saludos desde el Mar Menor de España.