La mala fe, es una actitud mental que lleva a que un individuo opte por ignorar la verdad distorsionándola a su conveniencia, por tanto, además de un acto de malicia, es un acto de deshonestidad consigo mismo y con los demás porque se niega de manera voluntaria la realidad en aras de mantener una posición o un privilegio. Evidentemente esta actitud, aunque inherente a la condición humana, tiene repercusiones devastadoras en las relaciones interpersonales, la sociedad y por supuesto a la búsqueda de la verdad. Suele suceder que a veces la verdad es muy incómoda incluso peligrosa y es por ello que a determinados «sujetos» de la sociedad tengan una especial inclinación a ocultarla o manipularla.
En las relaciones interpersonales, la mala fe perturba la confianza de la integridad de las relaciones porque cuando alguien actúa poseído de semejante miseria moral, manipula la percepción de los demás, creando por ende un ambiente de desconfianza que puede derivar en conflicto en cualquiera de sus variables. Las falsas promesas, las mentiras y la manipulación son armas comunes en la particular guerra de aquellos que eligen esta insidiosa forma de ir por la vida.
Situándonos en el ámbito de lo social causa un grave daño a los fundamentos de la justicia y por tanto de la equidad «La justicia sin fuerza es impotente, la fuerza sin justicia es tiránica». Los líderes políticos que actúan con mala fe infringen conscientemente un daño irreparable a la democracia perpetuando injusticias en beneficio propio o de sus grupos de interés. La corrupción, la opresión, la arbitrariedad, la amenaza, el chantaje -físico o emocional- y la discriminación son, entre otras, consecuencias lógicas de la degeneración de esta condición en cualquier sociedad o grupo social como desgraciadamente se puede comprobar en el panorama político actual donde muchos de sus representantes son perfectos y máximos exponentes de ello.
También en la búsqueda de la verdad, la mala fe es un obstáculo que distorsiona no sólo la realidad, sino la percepción que de ella tenemos, porque dificulta el conocimiento, sus avances… su natural evolución. Los que la eligen suelen rechazar la evidencia objetiva ignorando los argumentos racionales justificándose en creencias falsas o hábilmente inducidas. Basta ver a modo de ejemplo, normativas existentes y recientemente aprobadas que, disponiendo de informes y opiniones más que fundadas en contra de su viabilidad por parte de muchas voces autorizadas desde distintos campos, ello no fue suficiente para imponerlas asumiendo sus graves consecuencias. Evidentemente estas prácticas siempre y de inevitable manera tienen unos beneficiados y por contra unos perjudicados sea en cualquier ámbito donde esta perniciosa convicción se imponga: intelectual, político, social, económico…
No tengo duda que la mala fe es hija del miedo, la ambición, la frustración o sencillamente de la mediocridad y miseria moral de quién la «acoge» como «faro y guía» de sus acciones. Siendo por ello que estos impresentables exponentes de la escoria de cualquier sociedad no pueden ser modelos de nada ni por supuesto ejemplos a seguir. Estos trepas, aprendices de víboras, no pueden tener cabida entre la «gente de bien» porque en ellos no hay espacio para honestidad, la bondad, el respeto y la humildad y por tanto, nada se puede esperar en relación a la empatía y mucho menos la solidaridad por su parte.
La mala fe es una condena para el «renacimiento» y crecimiento humano en positivo, en valores, y por tanto y por extensión, el desarrollo favorable de la sociedad. Es por ello tan importante como urgente y necesario, que los ciudadanos sigamos clamando por la transparencia, la verdad, la solidaridad, … en definitiva, por la democracia, ya que será desde ahí que podamos liberarnos de la influencia de la mala fe y sus fracasados y perversos «garantes».
Juan A. Pellicer
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