“Si es cobarde,
será razón que se guarde
del valiente y el fiel,
porque siempre el que es cobarde
es traidor, y así es cruel.”
(Antonio Mira de Amescua)
Abandonar a una persona en medio del sufrimiento, en el ojo de la tragedia, es uno de los actos más inhumanos que pueden cometerse. Dar la espalda a quienes nos llaman con el corazón desgarrado por la pena, la amargura y la desesperación es una traición que no puede ser perdonada. Ignorar los gritos de auxilio de aquellos que se ven condenados a la ruina, al dolor, a la frustración de estar solos frente a lo irreparable es una condena moral que nos avergüenza como sociedad. Y lo que es peor, saber que quienes tienen en sus manos el poder de aliviar ese sufrimiento, el poder de consolar y reparar, deciden, en cambio, huir, mirar hacia otro lado adornandose por si no fuera suficiente con todo ello, con la infamia: «Si no tienen recursos suficientes, que los pidan».
Con el poder absoluto, disponiendo de toda la capacidad material y moral para hacer que las víctimas de la tragedia sufran lo menos posible, aquellos que se han echado atrás son, simplemente, cobardes. La autoridad, tanto en el ámbito político como en el institucional y también por supuesto en el personal, no está allí para garantizar el bienestar de unos pocos, ni para salvar su propio pellejo, ni para la fotografía de rigor. Está allí para proteger a los vulnerables, para acudir en ayuda de quienes ya no tienen más que su vida -porque todo lo demás lo han perdido-, y para abrazar a quienes solo esperan consuelo, respuestas y esperanzas. Sin embargo, el dirigente que elige escapar, que elige abandonar a su pueblo y al propio Jefe del Estado que se quedó junto a su gente, demuestra con sus actos que la responsabilidad le queda grande. Que no es el líder que este noble y gran pueblo pide, merece y necesita.
La verdadera indignidad, la cobardía sin excusa, reside en la voluntad de mirar para otro lado. Tratar de «salvarse» a costa del sacrificio de los demás es un comportamiento miserable, digno de la mayor condena. No hay justificación para dar la espalda a la angustia de una nación, de un pueblo que espera no solo respuestas y soluciones, sino también consuelo. Quien tiene toda la información, todos los medios y todas las instituciones a su disposición, tiene también la capacidad para cambiar el curso de los acontecimientos. Pero cuando la única respuesta ante el desastre es huir, escapar, dejar a todos a su suerte, esa persona no es solo un cobarde también es un traidor: «La ambición suele hacer traidores». (Reina Cristina de Suecia).
El hecho de abandonar a un pueblo, dejando a un monarca que se queda asumiendo su responsabilidad, nos muestra la diferencia abismal entre el liderazgo auténtico de uno y la miseria y podredumbre humana del otro. La traición no solo afecta a los que están en primera línea, sino a toda la sociedad «A veces, el mayor daño viene de aquellos que deberían protegerte» que ve cómo los que deberían haberles protegido prefieren salvarse a sí mismos. Este comportamiento no solo es una ofensa a las víctimas, es una burla a los principios que deberían guiar a un líder. La cobardía que se esconde tras la huida es la antítesis de lo que una figura pública debe ser. Y por encima de todo, la palabra que describe este comportamiento es clara: INDIGNO.
Hace mucho tiempo hice mía una frase que por su significado a veces me ha despejado algunos caminos: “No distingo a las personas por su calidad de buenas o malas, sino por tener claro si me iría o no con ellas a la guerra”.
Hay personas con las que no iría ni a compartir una caña en mi chiringuito de mi Mar Menor.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (arriba los corazones)
Así se escribe, suscribo tu reflexión. Tenemos de nuevo a otro Pedro el Cruel, además de cobarde, felón.
Muchas gracias Francisco Javier por hacerte eco de mis letras que por tu comentario observo que también son tuyas. Un abrazo fuerte. Cuidemosnos de tanto miserable.