Indignidad en tiempos de tragedia©

por | Dic 4, 2024 | 2 Comentarios

«La dictadura, devoción fetichista por un hombre, es una cosa efímera,

un estado de la sociedad en el que no puede expresarse los propios pensamientos, 

en el que los hijos denuncian a sus padres a la policía; un estado semejante no puede durar mucho tiempo». (Winston Churchill)

          Se organizan un gran festín como máscara y tapadera del fracaso político; se inventan las alegrías y los triunfos enmascarados entre sonrisas y aplausos de cartón piedra; enlatados mensajes aptos solo para los más adeptos, los que han vendido su alma por “30 monedas” -o un carguito, que para el caso es lo mismo-; los perdidos en el cenagal de la más escandalosa y perversa corrupción, la que nace al amparo del poder; una cita para abducidos y sectarios ávidos de razones para seguir manteniendo sus iras y sus odios. Una cita para la desvergüenza y el oprobio en el regocijo de la indiferencia frente al dolor y la tragedia que a esas mismas horas se continuaba viviendo a unos pocos cientos de kilómetros. Estas actitudes muestran claramente la catadura moral y política de la degeneración de esta casta de irresponsables que cada día representan a menos, porque cada vez son más los que huyen del hedor y la podredumbre ética y moral que desprenden en todas y cada una de sus intervenciones. Causan vergüenza ajena, una sensación de náuseas donde el creciente rechazo es absolutamente irrefrenable, al escuchar, por ejemplo, de todo un primer ministro y sin el más mínimo atisbo de empatía: “Yo estoy bien” “Si necesitan algo, que lo pidan…”

     ¿Cómo se puede celebrar un congreso partidista de hipócrita celebración mientras familias destrozadas por la Gota Fría siguen buscando sus muertos? ¿Qué clase de políticos, qué tipo de seres humanos, pueden aplaudirse mutuamente en un acto de puro narcisismo, mientras el país sigue contando cadáveres tras haber negado la ayuda durante muchos días? A estas alturas, hablar de una desconexión entre la élite política y la ciudadanía es quedarse corto. Lo que vemos es un insulto directo, una patada en la cara a quienes sufren. Es la total deshumanización de aquellos que alguna vez prometieron servir al pueblo, pero que solo sirven a sus propios intereses y así está quedando escrito para las siguientes generaciones, porque así pasarán a la historia. Es una de las mayores indignidades y afrentas cometidas contra un pueblo, porque además y por si lo dicho no fuera suficiente, es un estúpido y vano intento de confundir y distraer la atención de su auténtica realidad, una realidad marcada por la cascada de llamamientos a dar explicaciones ante la justicia por los conocidos y no tan conocidos casos de presunta y gravísima corrupción en sus entornos más próximos los que día sí y día también la sociedad está conociendo.

     Los aplausos en ese congreso no son más que el eco vacío de una cúpula cada vez más aislada en su burbuja de poder. Una burbuja en la que el dolor ajeno no penetra, donde la tragedia es solo un ruido lejano que no alcanza a perturbar sus banquetes, ni sus risas ni los parabienes sin fin a su amado líder. Son incapaces de sentir, de empatizar, porque la única realidad que les importa es la de sus alianzas, sus cargos, y sus cuentas bancarias. Mientras tanto, el pueblo se desangra, literal y metafóricamente.

     Muchos de los medios que han cubierto este acto con beneplácito y bien subvencionado ok sin cuestionar el evidente despropósito, son cómplices de esta farsa, -¡que no se olvide!- al aplaudir con sus artículos y sus lecciones de moralina progre al dar pábulo a esta representación patética y misántropa traicionan su deber de informar con honestidad alzando la voz por los que no pueden. ¿Dónde está la denuncia? ¿Dónde el rigor? ¿Dónde el compromiso con su profesión? … En vez de reflejar la indignación social, muchos se limitan a ser portavoces de una degeneración política cada vez más profunda y dictatorial, sin ver que, a no mucho tardar, ellos también serán devorados.

     Nos enfrentamos a una élite política travestida de macabra ideología que, a estas alturas, no solo es “presuntamente” corrupta, sino completamente insensible y por tanto insolidaria. Es la insensibilidad la que debería asustarnos más, porque si no sienten ahora, cuando el país está de luto, ¿qué podemos esperar en el futuro? Este congreso no es solo un acto más de soberbia política, es un recordatorio, -blanco sobre negro- de la brecha abismal entre gobernantes y gobernados, una grieta que se agranda con cada aplauso vacío, con cada sonrisa falsa y complaciente que oculta la indiferencia.

     El pueblo sufre, llora, y se desgarra por sus pérdidas. Y mientras tanto, a unos kilómetros de distancia, aquellos que deberían estar en primera línea para ayudar, consolar y dar respuestas, se dedican a festejar su propia mediocridad, su propia insolvencia. Envueltos ante el poder de la autoridad del miserable tirano del que todos dependen.

     Pero claro, «ellos no están -según parece- para achicar agua». ¡Malditos sean!

 

     Juan A. Pellicer

Sursum Corda (Arriba los corazones)

2 Comentarios

  1. Sandra

    Muy buen artículo,menos corrupción y más cultura. Demos ejemplo de ser mejores a los que son peores siempre.

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    • Pellicer

      Muchas gracias Sandra, hago mías tus palabras,»menos corrupción y más cultura». Un abrazo desde el Mar Menor de España.

      Responder

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