«Por muy elegante que vayas en la vida siempre acabas rodeado de cerdos y buitres, hay que tener cuidado con los piojos que te encuentras por ahí.» (Kutxi Romero)
No, no me refiero al mamífero paquidermo de cuerpo pesado, piel áspera y hocico chato que se remueve en el barro. El cerdo del que hablo no tiene cuatro patas ni cerdas en la piel. Es el que, revestido de vileza, causa daño de forma intencionada, el que agrede con la palabra, el gesto y protegido por su poder, denigrando con plena consciencia. Es el que, con desprecio y soberbia, se atreve a insultar lo que ni comprende ni valora. Hay que ser cochino, en el sentido más moralmente lamentable, para no ver la grandeza de un país como España.
Os explico, esta reflexión no nace de la nada, sino de las lamentables palabras de Miquel Cabal Guarro, recientemente nombrado jefe de la Oficina de Relaciones Institucionales del Departamento de Política Lingüística del catalán, quien, en un alarde de ignorancia, miseria moral y odio, ha tenido a bien referirse a España como una «inmensa mierda«. Un insulto que, además de ofensivo, demuestra una profunda desconexión con la realidad y la historia de la tierra que le da de comer y muy bien por cierto. Para llegar a semejante afirmación, hay que ser puerco, pero no el que define la RAE en su primera acepción, sino en la que hace referencia a aquellos individuos que causan daño con pleno conocimiento de causa.
Me pregunto si este gorrino de espíritu sabrá que España es el quinto país con más lugares declarados Patrimonio Mundial por la UNESCO, y que cuenta con cerca de 20.000 monumentos declarados Bienes de Interés Cultural. ¿Sabe este cerdo que cada rincón de este suelo está impregnado de historia, de una riqueza monumental que es el fruto de la confluencia de culturas? Íberos, celtas, romanos, árabes, fenicios, griegos, visigodos... todos han dejado una huella que hoy es patrimonio no solo de España, sino de la humanidad.
Pero, ¿acaso este individuo de moral maloliente que se revuelca en su propia ignorancia, sabrá que esta tierra es cuna de algunos de los más grandes conquistadores, artistas, literatos, científicos, investigadores, deportistas … y un largo etcétera de hombres y mujeres que el mundo ha conocido? Hernán Cortes, Pizarro, Diego de Almagro, Núñez de Balboa, Vázquez de Coronado, Velázquez, Goya, Gaudí, Picasso, Dalí, Sorolla, María Blanchard, Maruja Mallo, Victoria Martín de Campo, Cervantes, Lorca, Unamuno, Quevedo, Gamoneda, Machado, Azorín, Garcilaso, Pemán, Ramón y Cajal, Albéniz, Marañón, Severo Ochoa, Miguel Servet, Margarita Salas, Isabel Cendal, Hnos. Ochoa, Santana, Gasol, Induráin, Bahamontes, Mireia Belmonte, Nadal, Ocaña … Nombres que, a los ojos de este miserable, seguramente no valen más que el barro donde prefieren hundirse.
España es la patria del Siglo de Oro, de las Generaciones Literarias, del Romanticismo … que han marcado épocas. La cuna de mentes brillantes en el Arte, la Literatura, la Ciencia, la Investigación y la Política. ¿Ignorará el señor Cabal Guarro que nuestras calles están plagadas de Museos, de cultura viva que millones de personas de todo el mundo vienen a admirar? Desde el Museo del Prado hasta el Guggenheim, pasando por el Reina Sofía y el MACBA, nuestro patrimonio artístico ha trascendido más allá de nuestras fronteras.
Pero claro, para reconocer tal grandeza se necesita un mínimo de sensibilidad, algo de lo que este guarro, con su alma anclada en el resentimiento, carece por completo. Porque no entiende o no quiere entender que España no solo es su pasado glorioso, sino también su presente vibrante y su futuro prometedor. No ve o se niega a ver -por la pasta que cobra o pretende cobrar- que somos una nación de descubridores e inventores, de costumbres, fiestas y tradiciones que han sido reconocidas por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Para estos cerdos, porque a este, como en piara, le siguen otros, todo se reduce a sucias palabras, a un barro mental que no les deja ver más allá de sus complejos y frustraciones. Decir que España es una «inmensa mierda» es la expresión última de la miseria moral de quien no tiene ni la más mínima conexión con la realidad de su tierra. Es un insulto que habla más sobre quien lo emite que sobre lo que pretende denigrar. Quizá este tal Guarro esté peleado no solo con su apellido, sino con la grandeza que lo rodea y que, en su ceguera, no puede percibir.
Porque al final, de los cerdos, como dice el refrán, hasta los andares. Pero de los miserables, los frustrados y los acomplejados, ni los buenos días.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
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