Obra de Juan A. Pellicer

El vínculo corrupto: Mentira del líder y autoengaño del seguidor

por | Jun 6, 2024 | 0 Comentarios

«El arte de la mentira crece paralelo al miedo de la verdad.»

Tiranos y Sometidos. Dictadores y Dominados. Autócratas y Anulados. Todos son porque todos se necesitan.

Mentir es el arma de los unos; dejarse engañar, «necesitar» ser engañados, la de los otros. En ambos casos, complementarios rasgos que no tendrían razón ni sentido el uno sin el otro, de no ser porque a merced de esa dualidad queda justificada la pervivencia de ambos. Mentir reiteradamente es, de alguna manera, una fuente de motivación -miserable e insana- de la que nace el mitómano, el mentiroso compulsivo. Existen personas que no saben vivir sin engañar, es más, no serían nada sin sus «cortinas de falacias»; individuos que deben todo lo que tienen a sus fraudes, que emplean toda su capacidad y energía apostando por la mentira urdiendo estratégicos planes basados en la manipulación y la añagaza… creciendo y creciéndose, en definitiva, en su enfermo, infinito y podrido universo. Universos podridos e infinitos porque «Aun cuando digan la verdad, los mentirosos no serán creídos». Para los otros, sentirse engañados, la forma de estar, de relacionarse, de ser admitido, el sello que les hace parte de la manada, elemento vivo de aquellos que, de alguna manera, están emocionalmente muertos porque ceden su capacidad de decisión, raciocinio y voluntariedad a lo que en cada momento se ordene, a lo que corresponda decir o defender sin importar la razón o verdad del mensaje, lo que asumen con «desmedido jolgorio» por continuar sintiéndose ridícula y miserablemente escuchados. Refrendar o validar la mentira es comenzar a dejar de ser libre, es primar la voz y sinrazón del líder acallando la propia. Ese es el precio/peaje a pagar por ser algo dentro de cualquier redil. Por no ser nada, dentro de una nada vacía.

Dos mensajes: mentir y engañar, que con distinto objetivo, tienen un mismo fin, medrar en la irrealidad. Configurar espacios paralelos de ficticia convivencia.

La mentira es el arma del emisor, una estrategia deliberada para manipular la percepción de la realidad en beneficio propio. Así, el líder político que miente se convierte en un creador de ficciones, un autor de narrativas que ocultan la verdad distorsionando los hechos. Este líder, al mentir, no solo protege y agranda sus intereses personales o partidarios, sino que también reafirma su control sobre la información ergo sobre las mentes de sus seguidores porque la mentira, en este contexto, además es un acto de poder, una demostración de la capacidad de imponer su versión de la realidad.

El engaño, en cambio, es una actitud del receptor, una aceptación tácita de las falsedades impuestas por el emisor. Los acólitos militantes y seguidores, al permitir ser engañados, revelan, como comentaba, una necesidad de pertenencia y validación. Sentirse engañados puede ser, paradójicamente, una confirmación de estar siendo escuchados y considerados dentro del discurso político. Este autoengaño colectivo sirve, aunque a costa de sacrificar la verdad, para mantener la cohesión del grupo y la integridad moral. ¡Que paradoja, mantener la moral a costa de perderla! porque estos, los voluntariamente sometidos, refrendando la mentira, renuncian a su capacidad crítica ofreciéndose como dignos esclavos de mano de obra barata a la construcción de una ensoñación paralela de la que precisamente ellos son sus únicos títeres o peones.

Así, mentir y engañar, siendo actitudes distintas, se complementan en un ciclo pernicioso que erosiona la libertad y el criterio individual. El líder que miente necesita de seguidores dispuestos a ser engañados, y estos, al aceptar la mentira, refuerzan el poder y la autoridad de aquél. Esta dinámica de interacción refleja una profunda miseria moral; de un lado, la corrupción del líder que prefiere la manipulación a la transparencia; de otro, la sumisión de los seguidores que abdican de su juicio crítico y su autonomía, dado que tal refrendo de la mentira implica asumir la renuncia de ser personas libres, porque la libertad no puede sustentarse en el engaño. Cuando una sociedad acepta la mentira como parte integral de su discurso político, se desintegra su tejido moral que la sostiene dado que la propia libertad y el criterio individual se ven comprometidos convirtiendo al ciudadano en mero espectador un simple invitado de cartón piedra, de una realidad impuesta, fabricada, incapaz de discernir la verdad de la falsedad, siendo ese el germen desde donde la convivencia comienza a resentirse y la democracia, a tambalearse.

Para preservar la integridad y la libertad de nuestros días es preciso rechazar tanto la mentira y sus falsarios de turno, como el engaño. Y no solamente rechazar, sino denunciar y expulsar de la “comunidad moral” que no es otra que la construida y validada durante el trascurso de los tiempos por el sistema social, donde el respeto y la dignidad son valores inquebrantables.

Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)

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