“El único medio seguro de dominar una ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla.”
(Nicolás Maquiavelo)
Ante la dramática situación a la que está siendo sometida la sociedad española, las sensaciones se suceden a velocidad de vértigo, como si un vendaval de despropósitos nos golpeara sin tregua. Incredulidad, sorpresa, asombro, temor, vergüenza… y un largo etcétera que no solo sonroja, sino que hiere en lo más profundo como ciudadanos. Nos encontramos en un abismo ético y político del que nadie parece tener intención de rescatarnos; a unos, porque no les interesa; a otros, porque están en modo «espera»; y otros, sencillamente porque no sirven, no valen, simplemente están para la foto y el «relato». Sin embargo, todos, han recibido los votos y por tanto la «pasta» para, se supone, hacer «algo» por el bien común.
Resulta insoportable, día tras día, comprobar cómo el gobierno se mantiene a flote únicamente gracias a acuerdos de poder, pactos de subsistencia y una cadena de intereses oscuros. Una coreografía de lealtades entre bastidores mientras el país entero asiste al espectáculo de su propia degradación institucional. La corrupción asoma como un monstruo de múltiples cabezas, infiltrada en los círculos más próximos al poder, y sin embargo, no se produce la necesaria tormenta de indignación que debería acabar con tanta podredumbre y tanta miseria moral y política.
Es indignante ver cómo una parte de los medios de comunicación, que deberían ser guardianes de la verdad, miran hacia otro lado. Se han convertido en cómplices por omisión, en propagadores de silencio y distracción, eludiendo su responsabilidad moral y profesional de informar, investigar y denunciar. ¿Dónde está su compromiso con los ciudadanos, con los lectores, oyentes y telespectadores que confían en ellos? Por suerte, una minoría de informadores valientes sigue desafiando esta corriente de ocultación y complicidad. Pero su labor no debería ser una excepción heroica, sino la norma ética de una prensa libre y digna comprometida con la libertad y la democracia.
Mientras tanto, el país se asfixia en una atmósfera de incertidumbre y desestabilidad política. Las políticas nefastas ejecutadas por esta casta de poder parecen diseñadas no para gobernar, sino para resistir, para sobrevivir a cualquier precio, incluso si ello implica desangrar la confianza de la ciudadanía. Y en esta estrategia de supervivencia, se aplica una táctica perversa: polarizar a la sociedad hasta convertirla en una bomba de relojería, dividiéndonos con precisión quirúrgica para evitar una reacción unificada, llevándonos a todos, además del enfrentamiento, a aceptar lo inaceptable.
La desvergüenza y la irresponsabilidad de nuestros dirigentes no solo se manifiestan en los despachos y los acuerdos inconfesables, sino también en tragedias que claman al cielo. La reciente catástrofe de la gota fría es un ejemplo doloroso y humillante. Vidas segadas (225 y otros tantos desaparecidos, según el propio gobierno) por una tragedia climática que pudo ser mitigada con una planificación adecuada, con infraestructuras resistentes y con políticas preventivas reales. Pero en lugar de asumir responsabilidades, la clase política se ha refugiado en declaraciones vacías, en un lamentable espectáculo de acusaciones cruzadas y excusas indignas. La incapacidad para gestionar una crisis de tal magnitud roza lo criminal, y lo que es peor: nos deja con la amarga sensación de que nada cambiará, de que las víctimas quedarán reducidas a estadísticas y los culpables, que son muchos y de los dos grandes partidos, seguirán aferrados a sus poltronas y eso sí, cobrando buenos (buenísimos) sueldos.
Nos enfrentamos a una situación de máxima alerta. La tensión no solo es palpable y evidente, sino que además es corrosiva. La democracia, herida por estos ataques sistemáticos, peligra cuando la corrupción se normaliza, cuando los medios callan y cuando los ciudadanos pierden la capacidad de escandalizarse y por ende de rebelarse. Estamos al borde del precipicio y, lo que es peor, algunos parecen decididos a empujarnos.
Por eso, creo que es urgente romper el silencio, desarmar la indiferencia y alzar una voz colectiva de denuncia y repulsa. La sociedad debe despertar antes de que la resignación se convierta en nuestra peor condena. No podemos permitir que el presente se convierta en una constante humillación y el futuro en una tierra arrasada por la incompetencia, el egoísmo y el fanatismo ideológico de unos pocos.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
Por desgracia, totalmente de acuerdo.
Muchas gracias Leonor, ciertamente es una desgracia con la que somos demasiados los que coincidimos.
Un abrazo fuerte
Dios nos libre de corbatas y maletines.
Lo incomprensible de todo este maremágnum social que estamos sufriendo, y que repercute no solo en los ciudadanos de hoy, sino también en los futuros beneficiados o perjudicados del mismo, nos lleva a la pregunta de ¿dónde existe hoy por hoy un responsable consciente de actos contrarios a la población, convirtiendo el delito en recompensa y la indefensión en un delito flagrante de lesa humanidad?
Abundo en lo que de insoportable resulta como dice el autor Pellicer, esa espera, ese rescate, de aquellos que motivan desastres y cambian el relato cargando culpas en víctimas, sin resolver absolutamente nada en nuestro presente y condenándonos a ese futuro que solo sufrirán como de costumbre otros.
Estimado amigo sirva un gran “SURSUM CORDA” nacido de todos nosotros, porque nunca vendrán soluciones, porque desde “donde nunca hubo, nunca se podrá sacar”
Sepamos que «para saber mandar hay que haber aprendido a obedecer» y los sinvergüenzas desaprenden lo aprendido por su interesado intento de convertir en cigarras a todos los insectos que los rodean, y que trabajen por el bien común aquellos que se dejan engañar por estos sepulcros blanqueados de corbata y maletín.
Chema Muñoz©
Muchas gracias Chema por hacerte eco de mis letras a través de tu reflexión.
Saludos