Esa persona con la misma boca que a ti te dice «te amo», a mí me decía «contigo por siempre»… (Anónimo)
La vida está llena de momentos compartidos que enriquecen nuestra existencia: reuniones, negocios, tertulias, cafés, encuentros familiares, proyectos empresariales… Estos momentos, a menudo, se viven con personas que consideramos cercanas, personas con las que creemos poder compartir “algo” y en quienes de alguna manera depositamos nuestra confianza e incluso nuestra amistad. Sin embargo, a veces, esos lazos que parecían sanos e inquebrantables se ven erosionados por cambios profundos en la mentalidad y los valores de aquellos con quienes departíamos un momento de nuestra vida.
Recuerdo aquellos días en que las diferencias de opiniones, incluso las políticas, no interferían en las relaciones personales, en la convivencia, en el día a día. Había un respeto mutuo que parecía indestructible, que estaba por encima de cualquier trivial o no discrepancia. Se supo crear una comprensión tácita de que, a pesar de las habidas divergencias, los lazos de amistad, compañerismo, familiaridad, eran más fuertes. Pero de un tiempo a esta parte, observo con asombro y por qué no decirlo con cierto atisbo de tristeza y decepción, cómo algunas de estas personas han adoptado posturas y comportamientos que jamás hubiera imaginado.
Personas con las que compartí entrañables e inolvidables momentos ahora defienden sin pudor alguno lo indefendible. Han cambiado radicalmente, situándose del lado de quienes cometen o han cometido actos atroces, justificando lo injustificable. Quienes antes condenaban el terrorismo, el golpismo, la sedición, la corrupción, el abuso de poder, los ataques a las libertades y la democracia, ahora son considerados por estos «miserables veletas», hombres de paz concluyendo respecto de esos ataques que lo son por razones de futuro, progreso y evolución política y social. Ahora, estos hipócritas justifican su actitud de apoyo y sumisión con la máxima y mayor expresión que tiene un ciudadano en democracia: el Voto. Con su voto, validan, apoyan y justifican la deriva antidemocrática a la que están conduciendo a la sociedad. Este radical y absolutamente perjudicial cambio en su mentalidad y quizá en su forma de ponderar una situación o hechos concretos, no solo es desconcertante sino doloroso.
La sensación de haber sido «engañado» o sorprendido en la buena fe -que se decía antaño- es difícil de ignorar, también por supuesto, de olvidar (de hecho, yo hago muchos esfuerzos por tratar de NO OLVIDAR NADA). Es como si la «amistad» que creíamos suficientemente fundada hubiera sido una fachada, una actuación convincente pero falsa e interesada. El respeto y la comprensión que una vez existieron se han desvanecido, sustituidos por el desprecio y los insultos hacia quienes, como yo, hemos mantenido nuestras convicciones intactas. Por citar un solo ejemplo, mi inquebrantable convicción y lealtad monárquica. Resulta inconcebible que quienes antes compartían mis mismos valores incluso me adulaban por ello, ahora me miren con desdén, simplemente porque me mantengo en el mismo lugar donde todos estábamos. Increíble.
La pena, la tristeza y decepción que siento es grande. No solo por la certeza de esta realidad, sino por la transformación radical que observo en sus mentes y corazones y por ende en sus comportamientos, acciones y decisiones. Parece que su indignidad y miseria moral basada en su sumisión los han llevado a un punto de no retorno, donde el odio y el enfrentamiento son la norma. Es como si ahora repudiaran lo que antes defendían, embarcados en una hipocresía que no puedo comprender del todo, aunque por supuesto sí aceptar.
Resulta increíble ver en lo que se han convertido, insisto, verlos compartiendo escena con todos a los que antes criticaban y repudiaban. Su actitud actual no es sino una traición a ellos mismos y a los valores que alguna vez sí compartimos. Esta metamorfosis no solo ha destruido lo que un día hubo entre nosotros, (si es que realmente hubo algo) sino que ha dejado una duda profunda en mi alma, un recordatorio constante de que las personas pueden cambiar de manera impredecible y devastadora. En este caso y desgraciadamente por mor de la política y la clase gobernante que, a mi modo de entender, ha sabido someterlos condicionando y programando sus mentes en su propio y único beneficio. Esta perversa clase política, ha sabido doblegar muchas voluntades por el simple objetivo de mantenerse en el poder. Y aquellas, sometidas, por supuesto, obedientemente, dejarse hacer.
Sin embargo, esta experiencia me ha servido para abrir un poco más los ojos y reafirmar mis propios valores y principios. Lejos de sentirme derrotado, me siento fortalecido. Mi lealtad, honor y dignidad han salido intactos y reforzados. Mi particular mochila se ha librado de un peso que ahora se ha demostrado tan negativo como innecesario. En medio de esta traición, he encontrado una claridad renovada. Mi compromiso con mis creencias es firme y sólido y por ello doy gracias a mi dios todos los días.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
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