«Se puede abandonar una patria dichosa y triunfante.
Pero amenazada, destrozada y oprimida no se le deja nunca; se le salva o se muere por ella»
(Maximilien Robespierre)
En una democracia, la libertad es el fundamento sobre el cual se construye la sociedad justa y equitativa. Sin embargo, cuando el abuso de poder se convierte en una práctica común, los ciudadanos se encuentran en un estado de indefensión e impotencia frente a la injusticia. Escenario que se agrava cuando se suman chantajes y amenazas, creando la sensación cada vez más extendida de que la democracia, nuestra democracia, está en peligro. La colonización de las instituciones democráticas por parte de un gobierno que no es de todos ni para todos (como debería de ser), sino sólo pensado y constituido para aquellos que ofrecen sus votos a cambio de jugosas y sustanciosas prebendas políticas, conduce inevitablemente a la desaprobación, descontento y en consecuencia al enfrentamiento social, expresado, verbalizado o representado de muchas formas y maneras según circunstancias.
El abuso de poder es una de las mayores amenazas para cualquier democracia «Cuanto mayor es el poder, más peligroso es el abuso». Cuando los líderes políticos actúan por la razón anteriormente expuesta de manera arbitraria, utilizando su posición para enriquecerse de cualquiera de las maneras, ellos o los suyos, consolidando su control, la corrupción se extiende como un cáncer. El autócrata, el miserable tirano, podrido por su presunta corrupción y la de su entorno más cercano, se rodea de un círculo de otros miserables y bien pagados aplaudidores cuyo objetivo no es otro que perpetuar su poder a cambio, por supuesto, de ventajas personales: sociales, económicas, profesionales… impensables en otro lugar o de otra manera. Esta corrupción sistémica y estructural lleva a la aberración de las formas empleadas por algunas instituciones, que dejan de servir al interés público (para el que fueron creadas) convirtiéndose en herramientas de represión y control al servicio de sus todopoderosos dueños. Porque tengo claro que un estado de derecho, una sociedad normal y normalizada no merece este continuo e intencionado castigo moral en relación a la justicia, por ejemplo, como poder independiente, ya que debe ser imparcial e igual para todos, (así está escrito y hasta la saciedad nos lo dijeron) dado que de no ser así, millones de ciudadanos quedan arbitrariamente indefensos y desprotegidos, y esto ocurre porque cuando la humillación y la indignidad se convierten en el pan de cada día, la desconfianza y la desafección en la estructura política va aumentando exponencialmente.
Esta situación de degradación política es insostenible y requiere una respuesta contundente y democrática por parte de la sociedad civil, de toda la sociedad civil incluidos los que hasta ahora no se han dado por aludidos. Porque es fundamental que los ciudadanos desde su derecho a la libertad de expresión se opongan, nos opongamos, al vertiginoso deslizamiento que nos conduce inevitablemente hacia una dictadura caribeña de muy difícil retorno, «… quien lo vivió lo sabe». En los tiempos actuales, de avances en las tecnologías, de banderas solidarias, de reivindicaciones de derechos e igualdades, de sentirnos muy orgullosos por los éxitos logrados, la denuncia pública y generalizada sobre la corrupción y la injusticia debe ser un acto más de resistencia además de rebeldía que debe además movilizar a otros generando el necesario e imperativo cambio que nos quieren, si o si, imponer.
Mientras la polarización y el conflicto social aumenta en cada vez en más frentes, el desquiciamiento del tirano y sus séquitos, acorralados por la justicia, se hace más evidente a medida que la presión para que rinda cuentas, dé explicaciones, aumenta hasta llegar a cimas de clamor popular. Aquél, en su ceguera y perversión pierde toda moral recibiendo solo el apoyo de sus acólitos más fieles, quedando patente en sus gestos, expresiones, modos, maneras y sobre todo en sus disparatadas decisiones.
La defensa de la libertad, el abuso de poder, la indefensión y la impotencia de los ciudadanos son temas cruciales que deben ser abordados para salvaguardar cualquier democracia. La corrupción y el autoritarismo en cualquiera de sus múltiples formas, como digo, deben ser combatidos con firmeza democrática para evitar que un país se deslice hacia una dictadura. Reitero que en el uso de nuestro derecho a la libertad de expresión nos unamos en ese clamor por una sociedad más justa y democrática, porque ella, la democracia, nuestra democracia, es un bien preciado que debe ser defendido con determinación y coraje frente a cualquier amenaza, y en esta ante la que hoy nos encontramos, nos estamos jugando no sólo el presente de lo que somos, sino el futuro de lo que soñábamos con ser, ¿o es que alguien soñaba o aspiraba a vivir humillado, sumiso y dependiente? Porque como decía un viejo líder político al que tuve el honor de conocer «Con la democracia se come, se educa, se cura.»
Pues eso…
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
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