«Las obras de arte nacen siempre de quien ha afrontado el peligro, de quien ha ido hasta el extremo de la experiencia, hasta el punto que ningún humano puede rebasar. Cuanto más se ve, más propia, más personal, más única se hace una vida.»
(Rainer María Rilke)
De la misma manera que el arte que nace del artista pierde o puede perder su alma, el ciudadano puede perder su esencia, su razón … su sentido.
En el primero, la pérdida tiene que ver con la ruptura del artista frente a su «hoy» y la sensación de abandono de su inspiración; en el segundo, es la entrega sin remisión a un desconocido vacío, la renuncia a la propia exigencia -a veces tan desconocida- de la existencia como propia vida. Alejarse de la razón es otra forma de comenzar a morir en ella.
La relajación del compromiso que cada quien tiene o debería tener hacia uno mismo y hacia lo que de cada uno depende, no es tema menor. Entregarse a la abulia es mirar el río de la vida de otros, festejar otras alegrías, celebrar otros éxitos… ir por otros caminos persiguiendo otros destinos. Nunca los de uno.
El artista, aunque no sepa que lo es, quizá porque no sea consciente del influjo, importancia y trascendencia de su magia creativa; porque vive en la bendita desesperación de su exigencia no exenta de frustración; porque aún no ha hallado -ni hallará- la respuesta a cualquiera de sus dudas, vive felizmente “enfrentado” a su obra, imaginando su creación, viviendo y reviviendo sus trazos, sus versos, sus notas, inventando sus colores, tratando de vislumbrar la nueva textura que le dé “voz” porque su obra, por imposible que parezca, nacerá con ella. Una que sólo escucharán los tocados por la naturalidad de la emoción mecida en la cuna de lo extraordinario de la sencillez de la pureza.
De igual manera el ciudadano, lleva en su alma el orfebre de su razón. Siendo él quien vaya dando forma a su presencia -aquella que se ve y también la que se intuye-, quién da valor e importancia a su palabra. Aquél que, como el artista, jamás traicionaría su mejor lienzo porque alguien se adueñase de sus pinceles.
Quizá hay un punto donde las almas se cruzan, donde artista y ciudadano, en esa labor siempre inacabada de evolución, las miradas quedan clavadas en el otro comprendiendo o no, la complejidad de sus retos, la grandeza de sus compromisos, esa tenacidad de querer ver más allá de donde nos marcaron las “llegadas”. Esa forma especial de vivir sin renunciar al derecho de ser “uno y ser libre”; desde la exigencia incansable e inagotable de ser honrados en nuestra dignidad.
Solo así, artista y ciudadano, se sientan, aunque en mundos distintos, alumbrados por la misma luz iluminando sus obras: las del cuerpo y las del alma.
Juan A. Pellicer
Las reflexiones entre artista y amantes del arte viven en el mismo cáliz, ambos evolucionan de la mano creando un compromiso inalterable en el tiempo, compromiso siendo ambos pincel y lienzo con una misma doctrina, la creación y la admiración, entre ambos son el marco de una misma belleza a compartir.
Muchas gracias por hacerte eco de estas letras. Saludos
Me ha gustado y tocado este post , me identifico con todo lo que expresas aquí sobre el artista, el poeta y el ser humano que eres y sobre todo ese final dejas claro : «Quizá hay un punto donde las almas se cruzan, donde artista y ciudadano, en esa labor siempre inacabada de evolución, las miradas quedan clavadas en el otro comprendiendo o no, la complejidad de sus retos, la grandeza de sus compromisos, esa tenacidad de querer ver más allá de donde nos marcaron las “llegadas”. Gracias por compartirlo
Muchas gracias por hacerte eco de esta letras. Saludos