«Todas las familias felices se asemejan, cada familia infeliz es infeliz a su manera»…deben haber pasado unos cuarenta años desde que leí estás tres primeras líneas de la enorme novela de Leon Tolstoi, Anna Karenina, no recuerdo lo que sentí o pensé hace tanto, pero ahora experimento la bofetada de la verdad dándome duro y fuerte hasta conmoverme. Que grande Tolstoi, cómo ser capaz de coagular, bellamente además, lo que puede llevar una vida de cavilaciones y esfuerzos para asir y comprender de la experiencia. Y qué decir de Anna, ese paradigma que escucho día día, de mujer que, enceguecida por esa enajenación narcisista del amor, cree amar sin darle cabida al otro; solo a ella, aún ante la deflagración de su progenie.
Pues bien, disfrutando esta lectura de juventud, a la luz de la experiencia de una vida menguante, siento no escozor azorado ante este paradigma de rechazo irreverente por estás producciones «caducas y pasadas de moda» y ante el entramado narrativo de estos personajes universales.
En su lugar lo que parece desear consumir el sujeto de la postmodernidad, es esta fragmentación sin narrativa, de estímulos sensoriales deslumbrantemente aturdidores que se deben a ajustarla a ese canon de cuarenta segundos; lapso al que se le da el nombre de «atención efectiva» a los adminículos audiovisuales. Que distorsión tan aberrante de esa postura reflexiva contemplativa que encontró a un Herman Hesse con bastión en la contracorriente cultural de los 60… qué será lo que vendrá?…en la industria del entretenimiento, cualquier psicodelia vulgar y acompasada y en la vía seguirá habiendo Annas y, quizás, haya pocos para contar su historia y sus familias, si hubiese algo que contar, ya no en la estaciones de trenes de San Petersburgo, tal vez en algún trajinado, escéptico e iluminado algún Centro Comercial de alguna de esas ciudades idénticas, o en esa metamorfosis del sujeto en objeto de publicidad y venta a través de las imágenes a partir de las cuales no se podría contar ninguna historia que no suscriba las tendencias rentistas, a la lógica del «interés» como pasión del alma, única en poder ser cuantificada. Anna la cifró con cierto lirismo, ahora solo queda la acritud de la imagen retocada y lanzada por ahí a un universo donde el deseo parece estrangulado.
Guillermo Batista
Psiquiatra, psicoanalista, escritor
(Venezuela)
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