“Sé el testigo de tus pensamientos”
(Buda)
Si asumimos que la consciencia es el fundamento de todo. De nuestro presente desde la asunción -voluntaria o involuntaria- pero siendo testigos del camino recorrido empujados o persuadidos desde la íntima atalaya de nuestro ser más profundo; de las decisiones que, desde ella, se va configurando nuestra individualidad en la medida que vamos siendo capaces de asumir viviendo nuestra libertad; de la valentía de ir “soltando amarras” familiares, sociales, religiosas, sentimentales, etc. que nos tenían quizá demasiado protegidos con lo todo lo que de positivo y negativo encontrábamos en aquella “zona de confort”, sustituyéndolas por otras más “nuestras” aunque también más frágiles, haciendo de nosotros por consiguiente, entes más vulnerables en ese tránsito vital. Si asumimos que la consciencia, en definitiva, es el voluntario y no del todo conocido escenario donde, desde la conciencia, hemos decidido ir representando la obra de nuestra vida, de alguna manera hemos de sentir la natural inclinación por descubrir los misterios y limitaciones que nos procuran ambas: consciencia y conciencia.
Quizá una de las primeras percepciones que el acercamiento a esta comprometida realidad reporte, no sea otra que la de sentir que las palabras (las nuestras) comienzan a tener menos valor/importancia; que los mensajes, tanto los emitidos como los recibidos, cada vez gozan de menos credibilidad; que los hechos, tienen tantas caras como sus objetivos y estos a su vez, que los de sus intereses -que también hay que decirlo- son cada vez más ocultos y ajenos.
Por todo ello, quizá sería bueno inferir que la una, consciencia, será la que nos permita adentrarnos en la magia de lo que somos; la otra, conciencia, la que nos enfrentará a nuestra responsabilidad. Ambas, juntas y conciliadas, serán las que nos harán un poco más libres.
Juan A. Pellicer
Consciencia para la libertad©
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