«El poder tiende a corromper,
el poder absoluto corrompe absolutamente.» (Lord Acton)
La gravedad de la situación económica y social actual no parece ser razón suficiente para frenar la insaciable sed de creación de cargos y oficinas que no aportan ningún valor real al bienestar de los ciudadanos. En lugar de tomar medidas efectivas para reducir el gasto y optimizar los recursos, se sigue alimentando una maquinaria burocrática ineficiente y tan mastodóntica como opaca. Un claro ejemplo es el reciente nombramiento de la «Directora de Gabinete del director de Gabinete de la Presidencia del Gobierno (BOE-235 de 28/9/2024)». Un puesto que, por su propia naturaleza, no parece responder a ninguna necesidad pública urgente, sino más bien a la necesidad de satisfacer compromisos políticos y mantener contentos y bien engrasados a los círculos de poder. No se explica otra motivación.
¿No es un insulto, cuando no algo más grave, a los ciudadanos que mientras soportan la presión de una crisis fiscal, ven cómo sus impuestos se destinan a sostener estos entramados que poco o nada contribuyen a la mejora de sus condiciones de vida? No hay justificación posible para este tipo de decisiones en un contexto en el que muchos hogares luchan por llegar a fin de mes, los pequeños empresarios cierran sus puertas y los servicios públicos esenciales, como sanidad, educación, etc. enfrentan recortes que amenazan con agravar la desigualdad, y por aportar otro trágico dado por si lo expuesto anteriormente fuera insuficiente, según Unicef: «España es el país de la UE con la tasa de pobreza infantil más alta de Europa.».
El despilfarro de recursos públicos en estructuras redundantes es una burla a todos aquellos que, día tras día, enfrentan la precariedad. Mientras que el ciudadano de a pie tiene que rendir cuentas por cada céntimo que gasta, la administración parece moverse en un mundo paralelo, donde las reglas de la austeridad y la responsabilidad no se aplican. Ellos y sus estructuras … así viven.
Lo que es aún más preocupante es la impunidad con la que estas decisiones se toman. Los mecanismos de control, auditoría y transparencia parecen haber sido desactivados o, peor aún, convertidos en meros trámites burocráticos que no cuestionan la legalidad o la ética de estos movimientos. Así, lo que debería ser una administración al servicio del pueblo, se convierte en un entramado cuyo objetivo primordial parece ser perpetuarse en el poder. Ir tejiendo un entramado que va acorralando y ahogando a los ciudadanos quizá con el único y macabro objetivo de convertirlos -convertirnos- en seres absolutamente dependientes de los que se han erigido como papá estado.
La multiplicación de los cargos y las cargas no solo representa una afrenta a la inteligencia colectiva, sino también una amenaza directa al futuro del país, a las siguientes generaciones. Cada puesto innecesario es una carga más que pesa sobre la economía, un obstáculo añadido para la recuperación y una injusticia a sumar contra quienes realmente necesitan apoyo del Estado, que por cierto, no son esta jauría de irresponsables, trepas y vividores.
Quizá es tiempo de ir poniendo fin a esta perversa dinámica insostenible de degeneración. La administración pública debe ser eficiente, transparente pero sobre todo, responsable con el uso de los recursos que pertenecen a todos. Cada euro malgastado en estos juegos de poder es un euro que no llega a hospitales, escuelas o a los hogares de quienes realmente lo necesitan. Por ejemplo se me ocurre que tampoco llega como debería llegar, en ayuda a los ancianos a los que sus recursos (pagas de viudedad, retiros, ayudas y subvenciones …) apenas cubren para poder afrontar los gastos (por ejemplo los derivados de la estancia en Residencia de Mayores) que suponen el poder vivir sus últimos días con la dignidad, el respeto, el reconocimiento así como la dispensa de todos los servicios cuidados y atenciones que sin duda merecen. Algo a lo que estos sujetos de dudosa moral parece importarles muy poco.
Lo dicho, la multiplicación de los cargos y las cargas es, a diferencia de la de los panes y los peces, una descarada e irresponsable medida que de nuevo pone de manifiesto la moralidad y ética que tienen aquellos a los que se les otorgó la confianza, a unos más que otros por cierto. En mi caso particular, ninguna confianza, porque ni fueron ni son merecedores de ella.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
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