«¡Oh, qué hermosa apariencia tiene la falsedad!» (William Shakespeare)
Ayer asistimos a un espectáculo que, si no fuera tan trágico y absolutamente vergonzoso para la mayoría de la ciudadanía como así resultó, bien podría haber sido el guion de una comedia de enredos de segunda categoría. La llamada «Operación Jaula» ejecutada por los Mossos d’Esquadra, con la supuesta intención de localizar y detener a un prófugo golpista, se convirtió en una pantomima retransmitida a todo color por las cadenas de televisión que rápidamente tuvieron su eco en el panorama internacional. Un evento que quedará grabado en la memoria colectiva no por su eficacia, contundencia o resolución, sino por el absurdo teatral que lo envolvió.
Es inevitable preguntarse: ¿quién estaba realmente en la jaula? Porque a juzgar por lo visto, el único que demostró control sobre la situación fue, paradójicamente, el delincuente. Sí, ese mismo que debía estar huyendo, acorralado y asustado. Pero no, aquí las tornas se invirtieron y asistimos a lo que podríamos llamar con toda propiedad la «Operación Jaula Inversa» (OJI), donde el fugitivo, lejos de ser la presa, la pieza a detener, se alzó como el cazador, tejiendo una red tan enrevesada que terminó atrapando a todos menos a él. Increíblemente cierto pero así, con ese nivel de perversión e indignidad, sucedió.
Los políticos de aquella Comunidad Autónoma (Cataluña), los responsables de seguridad, e incluso el propio Estado, todos danzaron al ritmo marcado por el delincuente y su equipo, como si fueran meras marionetas en un teatro de sombras. No fue el Estado ni sus poderes con sus millones de euros y todos los recursos humanos, técnicos, tácticos y materiales a su entera disposición quien acorraló al delincuente, sino al revés, este desertor, con su habilidad para la manipulación y el chantaje, logró sitiar, doblegar y humillar una vez más a quienes decían representar al pueblo, especial y particularmente a quién se le llenaba la boca sin pudor alguno diciendo “yo lo traeré y lo pondré ante la justicia”. Un espectáculo grotesco en el que de nuevo se pisoteó ¿intencionadamente? el Estado de derecho, y en el que nosotros, los ciudadanos, fuimos testigos impotentes de cómo aquellos que debían protegernos -porque así lo juraron con sus caras de cartón piedra- se dejaban arrastrar por un juego perverso donde ellos amarraban, gracias a la «OJI» de marras, su cargo en el poder.
Los medios de comunicación, con sus cámaras y micrófonos, no hicieron más que magnificar el esperpento. La cobertura mediática de la «Operación Jaula» mostró en todo su esplendor la falta de coordinación, la incompetencia y, lo que es peor, la humillación de un Estado que se dejó embaucar por el delincuente, el cual, lejos de ser un fugitivo temeroso, se convirtió en el gran titiritero, manejando los hilos desde las sombras y exhibiendo la fragilidad de nuestras instituciones ante el mundo.
Es repugnante y nauseabundo pensar en todos aquellos que, con su silencio o complicidad, han contribuido propiciando este bochornoso y denigrante espectáculo. Desde los que le dieron cobertura hasta los que, con su pasividad y encogimiento de hombros, permitieron que una vez más se mancillara el honor y la dignidad de nuestra democracia. La Operación Jaula Inversa (OJI) no es solo un episodio de incompetencia donde no se es capaz en ninguna de las esferas políticas, de cumplir y hacer cumplir un mandato judicial; sino que, a mi juicio, es un insulto y una humillación sin parangón a todos los que aún creemos en el Estado de derecho, porque este espectáculo no solo humilló a quienes estaban llamados a defendernos -ellos se prestaron como miserables piezas de trapo del elenco de figurantes de un esperpento-, sino que también nos dejó enjaulados a todos, prisioneros de la vergüenza ajena que genera ver cómo un delincuente acorrala a todo un país con total impunidad, y el silencio cómplice de los que hasta ahora no han sabido o querido dar ni una sola explicación, porque las dadas no aportan nada salvo más vergüenza ajena, deterioro y descrédito moral. Tampoco esta bufonada de «OJI» -como era de esperar- ha originado ninguna renuncia, cese o dimisión de todos los que hasta ahora lo único que han demostrado es que no son dignos de representar a un pueblo libre y democrático, sometidos a una justicia independiente.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
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