«Para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión». (Paul Auster)
«Con la democracia se come, se educa, se cura». Con esta significativa frase finalizaba mi anterior artículo, donde hablaba del abuso de poder ejercido por aquellos que solo creen en sí mismos y en sus deplorables imposiciones guiadas por sus ideologías, las cuales evidentemente desprecian a los librepensadores, o lo que es lo mismo, a los amantes de la libertad. Estas prácticas perversas, no nos engañemos, conducen a la miseria general, a la dependencia total del Estado, al enfrentamiento entre ciudadanos como consecuencia de la polarización, a la degeneración social, al empobrecimiento político, al desprestigio internacional y, en consecuencia, al retroceso social y moral de toda la comunidad.
Llegados a este punto, y valorando esta creciente rémora política de la que somos víctimas como ciudadanos, es crucial imaginarnos a dónde nos puede conducir esta degeneración. No solo en el cómo afectará nuestras relaciones con los demás, (hecho constatable actualmente), sino en las consecuencias individuales, íntimas y personales que nos puede reportar o afectar esta deriva pseudodemocrática.
Quizá y aprovechando un momento de sereno retiro y reflexión de los muchos que estos días de asueto nos ofrecen, podríamos valorar algunas de las respuestas que dejarían estas preguntas y algunas otras de mayor calado omitidas a la consideración personal, que expongo: ¿Podemos imaginar vivir en una sociedad donde la justicia sea arbitraria rigiéndose exclusivamente por el criterio del político de turno? Una justicia hecha a medida por aquellos que gobiernan sirviendo unos determinados intereses (los suyos). ¿Podemos concebir un país gobernado y dirigido por los objetivos de minorías cuya meta es la desestabilización y la disgregación social? ¿Una sociedad donde se cercena y limita la libertad de expresión, y donde los medios de comunicación se dividen entre los subvencionados y mantenidos por millones de euros de una parte y los perseguidos y resistentes de otra?
¿Podemos sentir la frustración y absoluta indefensión de ser saqueados a través de impuestos que solo satisfacen la voracidad de aquellos que viven de la amenaza y el chantaje: «Si no me das esto y aquello otro… no cuentes con mis votos»?
Así de triste y absolutamente irracional es nuestra realidad actual. Una realidad en la que se pervierte lo que hasta ahora era asumido como legal. Pongamos algunos ejemplos: Que ocupen tu casa y no dispongas de medios legales para recuperarla, no ya en días, sino en horas. Que te roben cientos de millones de euros destinados a los más necesitados y tengas, poco menos, que pedir perdón por ello. Que tus hijos se enfrenten a dificultades y situaciones dramáticas para estudiar en el idioma oficial de tu país, porque cuando esto ocurre, resulta inevitable leer al prestigioso estudioso del tema el filósofo Manuel Toscano cuando afirma que «instrumentalizar la lengua al servicio de la causa nacionalista, es hispanofobia». Que un colectivo minoritario, afectado por una grave enfermedad como la ELA, no disponga aún de los recursos necesarios para afrontarla con dignidad y eficacia, mientras se destinan a otros intereses los cuales, quizá por su extensión, no podrían tener cabida en esta página. Que terroristas o sus herederos sean ahora los hombres de paz, los benefactores, los que hacen o ayudan a promulgar leyes …; Que las minorías desestabilizadoras y heridas de odio, venganza y desprecio puedan llegar a condicionar y subvertir la norma de las mayorías, y por el contrario y paradójicamente, los amantes de la libertad y el orden constitucional, sean (seamos) los apestados, los que sobramos, los que estamos dejando de importar. El mundo al revés.
¿Hasta cuándo una sociedad puede permanecer impasible mientras siente le roban su democracia? ¿Hasta cuándo una sociedad libre se puede permitir el lujo de la indiferencia y la apatía en nombre de no sé qué criterio o concepto (no es el momento; total para qué; vamos a esperar; a nosotros no nos pasará; no serán capaces…; etc.) y no defender su orden constitucional que ella misma se dio mayoritaria y democráticamente? ¿Hasta cuándo podremos permitir el sometimiento, la vejación y la humillación que se nos está infringiendo? ¿Pensamos acaso que un dictador, un autócrata, un traidor sin moral ni ética, en algún momento encontrará un motivo que lo haga cesar en su objetivo?
Creo, sinceramente lo creo, que la defensa de la democracia es urgente y necesaria porque paso que se avance en su deterioro será un paso de difícil recuperación y una tremenda losa que nos hundirá. Desgraciadamente hay muchos ejemplos y no muy lejanos, ni en el tiempo ni en la distancia, que así lo demuestran. Porque como decía al principio y retomando la frase de aquél gran político: «Solo a través de ella -hablando de la democracia– podemos asegurar que se come, se educa y se cura», y es por ello que creo que debemos actuar antes de que comience a ser demasiado tarde, si no ha comenzado ya.
Juan A. Pellicer
Sursum Corda (Arriba los corazones)
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