Juguetea el niño con su cubo y su pala ensimismado en su mundo; construyendo inexpugnables castillos. Atento ante la proximidad del mar entiende que debe reforzar el lado desprotegido por donde deben entrar los caballos. Afanado en su empeño, el mar se le «cuela» por otro lado. Incansable al desaliento, el niño llena su cubo de arena y vuelve a asegurar el enorme muro creado por sus diminutas manos. Llega de nuevo el amenazante y el niño, en actitud de inocente combate y con su cubo en mano, espera el envite.
El mar, el niño y la arena, en perfecta sintonía de intereses enfrentados ¿o quizá no tanto?, roban algunas miradas de adultos creyendo ver en la «cercana» -física y emocional- escena, alguna similitud que guardarse para lo que entiende como su desnuda alma.
Destreza, oportunidad, ingenio, paciencia, insistencia, ilusión, esfuerzo… valores que dotan al ser humano como al niño de la playa, de esa capacidad para afrontar una adversa situación.
Entre los niños y los adultos, en un punto intermedio rechazado por desconocido, quizá se esconda la verdad.
Juan A. Pellicer
(Arriba los corazones)
Genial amigo Juan Antonio, en tu línea… abrazos y animo a seguir escribiendo para seguir deleitándonos en este valle de lágrimas….
Muchas gracias amigo Diego, seguiremos creando y creyendo. Un abrazo fuerte.