Mi arbolito, mientras paso…©

por | Oct 19, 2023 | 0 Comentarios

Legamos amor a nuestras mujeres; recuerdos a nuestros hijos;
pero en los campos quemados por la guerra,
a los amigos legamos el caminar.
(Konstantín Símonov)

“Mi arbolito, mientras paso…” es o pretende ser desde el callado y voluntario silencio un canto a la vida; una mirada, desde la quietud de los momentos y con los ojos del corazón abiertos, a las sendas por donde vamos dejando lo que somos y esperanzados, buscando los tan lejanos horizontes y todo lo que ellos esconden.
Envuelto en esa escena poética, “Mi arbolito, mientras paso…” recoge aquél proverbio que nos dice: “Si te sientas en el camino, ponte de frente a lo que aún has de andar y de espaldas a lo ya andado”; de espaldas, que no olvidado, -añado yo- a todo cuanto aconteció. A todo lo que en algún un instante de nuestro pasar creímos nuestro y con la misma e inexplicable sutileza quedó disipado. A las huellas que fueron quedando y las piedras que nos sirvieron de guías. A las palabras –algunas vestidas de envidias, inquinas, maldades y reproches- que también nos ayudaron a mejorar, a ser más humildes, a entender un poco más al que estaba “fuera de mí”.
Cada mañana y durante algunos años fui testigo de la suerte de un arbolito que la vida puso en mi camino; en ese caminar diario supe del cambio de sus hojas, de su “desnudez” ante los fríos de la noche; comprendí lo que en su pequeñez e indefensión significaba “su guía” (palo pequeño y redondo al que alguna que otra ocasión tuve que volver a sujetar con mis propias manos); supe del afecto que merecía para otras personas las cuales lo cuidaban regándolo de tarde en tarde protegiéndolo también con piedras a su derredor…
Quizá, y sin saberlo, fue naciendo entre aquél solitario arbolito y yo un lenguaje especial de miradas y pensamientos, de compañías y seguramente complicidades. Cada mañana, incluso antes de llegar a su altura, ya lo imaginaba, lo intuía. Y cada mañana allí estaba “creciendo” aunque mis ojos no lo percibiera.
Juntos, cómplices en las primeras luces del alba, inaugurando los días, aquellos días… nuestros días. Y lo eran porque tras cada uno de ellos este ritual preñado de naturaleza fue dando, de alguna manera, sentido a cada amanecer.
En una ocasión incluso me senté a su lado, mirándolo tan fija como tiernamente, tratando de atrapar sus formas, sus pequeños nudos, sus pocas hojas. Tratando de comprender su mundo y su historia. Imaginándolo grande y fuerte acaso cuando ya no estuviera yo.
“La vida de cada hombre –que decía el filósofo- es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero”. Y es ahí, en ese camino, en ese sendero que perdidos tantas veces nos vemos, cuando la verdad –que no está escrita en ningún lugar- de este arbolito “mi arbolito”, me llega absoluta, profunda, casi mágica… universal.
Por todo y por tanto le dije, en ese particular lenguaje de hombre y árbol, que él sería el protagonista de mi obra, la luz de mis versos, la sonrisa de una vida vestida con los primeros rayos de luz de los días… Una obra donde cada verso bien podría ser una de sus frágiles hojas.
Muchos de los versos contenidos en este poemario que el lector tiene ahora entre sus manos, nacen de la savia que ese arbolito quiso, a su forma, -que quizá nunca llegué a comprender-, impregnar de ilusión y esperanza aquellos simples paseos. Estoy convencido que aquél arbolito ha crecido, sus ramas son más fuertes y se enfrentan mejor a los vientos y los fríos, quizá ya no necesita de la pequeñas y frágil guía que lo sustentaba, quizá aquél pequeño arbolito continua atrapando las miradas de todos los que ensimismados transitan por allí… quizá mi arbolito sepa cautivar al pequeño mundo que le rodea trasmitiendo con su mágico lenguaje que la vida es aquello que hacemos mientras vivimos.
Con mis mejores deseos… ¡ojalá estos versos les lleguen, como llegaron a mí aquellas pequeñas hojas, revoloteando y robándoles emociones!

Juan A. Pellicer
803086065104

 

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