23. (Cabalgando sobre tiranías)

por | Mar 6, 2024 | 0 Comentarios

(…) DEL PROLOGO.

La voz de Pellicer nos exhorta a ser, más que libres, responsables de esa ofrenda. Porque no hay libertad lejos de nuestra responsabilidad, y no hay responsabilidad mayor que la de corresponderle con la sutil fortaleza de la poesía, capaz de conjugar lo visible y lo invisible, en la sana tarea de trazar rumbos sin destino en ningún puerto, «siguen serenos ⁄ los instantes ⁄ en los tránsitos ⁄ a ningún lugar». Derroteros que le permitan, en esa hermosa deriva, navegar —audaz capitán—, recio el viento, brava la mar, alzado el velamen, firme el timón, sin importarle ni la soledad de las inmensidades, ni el extravío de lo insondable.

La soledad de lo inabarcable, ese es su postrero destino. Siempre cambiante, pero siempre, como la naturaleza de lo humano, tan noble como dócil; frente a la perfidia de aquellos que desean hurtarle esa divina suerte con falsos mares en calma, con la falsedad de un mundo interpretado, domado, creado para el «pan y el ropaje» de la discordia en aras de una armonía que niega la singularidad y cercena toda esperanza de responsabilidad y con ella de libertad.

La obra se aparta de la profecía y también del mito, sin embargo, el autor, aparece como un Prometeo encadenado —por propia voluntad—, a la realidad (no se consiente atado, ni que lo aten). Y si en esta pasión lo hace es en el noble afán de no pervertir el sacrificio de esa noble divinidad que no dudó en robarle a la tiránica casta de dioses el entendimiento, para ofrendárnoslo en la esperanza de que nos asistiera, iluminándonos en la ardua tarea de elaborar existencia. 

Otros son hoy los dioses, otro el misterio aniquilador de su mandato y otra también su naturaleza, la humana, la del poeta, y esa traición pesa en su ánimo, el hombre víctima del hombre y sus ambiciones y miserias, cómo soportarlo, cómo silenciarlo. Una terrible evidencia que necesariamente aboca al ser sensible, y él lo es, a la queja, pero quejarse no es entregarse, sino tomar debida conciencia de que no resta otra defensa que la numantina resistencia y la siempre providencial rebeldía. En esa clave, los versos, «En la misteriosa verdad que acecha cualquier valentía, se presagia la nota que nos hace libres»…

Pellicer, como arrojado argonauta, lo navega todo, como incisivo filósofo, lo interroga todo, como humilde peregrino, lo transita todo, como buen filántropo, ama al hombre al extremo de desearlo libre y singular. Nos dice, «En la pureza de la inocencia/ se reencuentran los caminos, / los que nos llevan y nos traen;/ sendas para perderse felices en la búsqueda de la vida robada de cualquier día gris». Y porque es así como los siente, se entrega a la poesía y luego nos la entrega ungida de honestidad, dignidad y beldad.

Tiene por cierto que de esa naturaleza ha de ser toda obra de buena voluntad, toda voluntad de obrar sin dobleces y sin doblegar ni avasallar. Pero sin comulgar con esclavas piedras de molino, sino de la mano y por mano de esas escarpadas rocas sobre las que curte su soledad el mar, acrisola el sol su sombra y ciernen los días la harina que ha de cuajar el pan del devenir de nuestra existencia.

Ilustran el poemario una magnífica selección de fotografías en las que impera, como soledad, la viveza del color, y como color, la fulgente profundidad en la distancia que enmarca siempre el grave mirar del solitario. 

Cielos tocados por la magia de luminosos mares, mares incendiados por esplendentes ocasos. Solitarias embarcaciones prendidas al horizonte por sublimes vuelos de sutiles mariposas. Proximidad y lejanía, al fin, y en ambas, el infinito, siempre distante, siempre al alcance. 

El embrujo poético de Pellicer es, además del original pulso de su voz, ser honesto, brutalmente honesto. Tanto que en estos tiempos de enteras mentiras y medias verdades, de estúpida liquidez, equidistancia y eclecticismo, puede ser malinterpretado o calificado, torticeramente, de soberbia, cuando es la valiente celebración de la más alta expresión de lo humano, la diaria exaltación y defensa de ese ser erguido que es él, y es en él el ser del hombre.

Quien se acerque a su poesía, estará, tal como afirmó Whitman, «tocando a un hombre» que crea y cree como todos, pero lo expresa y defiende como ninguno. 

José Alfonso Romero PSeguín

(…) de la NOTA DE AUTOR

El poeta, el escritor, el artista, el creador de momentos imposibles construidos de emociones y también de ilusiones mecidas por la inspiración de sus musas, no puede -quizá porque tampoco deba- quedar al margen de la desvergüenza, la sinrazón, el atropello y el robo de lo más preciado que posee cualquier ciudadano, su libertad. Esa capacidad y ese valor con el que las personas somos capaces de superar y superarnos; esa fuerza que imprime poder afrontar retos desde la confianza en nuestras posibilidades contando con nuestros recursos o aquellos que hayamos sido capaces de generarnos. Ese convencimiento que nos hace sentir que no somos más que nadie pero tampoco menos; que somos parte de un todo y que no podemos, porque no queremos, ser excluidos por el hecho de ser como somos y desear seguir siendo.
El poeta comprometido con la libertad interiorizada en su alma, se deja «morir» en sus versos, en sus letras, renaciendo a universos tan maravillosos como desconocidos. Universos sin lastres ni miedos; espacios sin nombre ni dueños, sin fronteras, sin más abismos en sus infinitos que tampoco existen.
Ese compromiso de libertad nacido en el alma, exige -hasta donde puede exigir una emoción- poder germinar. Ver la luz. Sentirse vivo entre los vivos. Un compromiso, que como cualquier otro, busca su lugar, su espacio … su razón. Ella no es otra cosa más que la obra -mayor o menor, mejor o peor- de cualquier alma comprometida con su hacedor y el mundo en el que esta se hace verdad.
Un poema, un simple poema, puede, desde esa implicación y ese compromiso, ser la voz sin sonido, el abrazo que se espera, la sonrisa que se imagina, la respuesta a tanta duda.
Un poema, un simple poema, puede ser capaz de hacernos sentir acompañados, de aliviar tanto miedo, de inspirar otra voz, de alumbrar en las tinieblas de las dudas y los desconciertos. Un poema puede ser el arma perfecta para frenar una ignominia.
“… Se abren paso
almas bendecidas
en la duda de la esperanza;
se miran y se buscan
en la razón de la utopía,
en ese universo
donde se perdió la vida
donde pararon los huesos,
allá donde la voz se hizo susurro
y dormida,
soñó que estaba despierta”.

«23. Cabalgando sobre tiranías» nace de esa pasión de libertad. Del irrenunciable compromiso de seguir viviendo alejado del sometimiento. De la dignidad del que puede seguir mirando a los ojos diciendo lo que piensa sin temer por ello ninguna represalia.
Es una obra hija de un destino que nace con dos almas. La una, que busca en el interior de todos los silencios respuestas y razones y en el que vive gozoso y sereno su creativa soledad; la otra, con la mirada fuera, en el mundo, en la sociedad de la que forma parte inseparable y de la que aprende y con la que solidariza en penas y alegrías. Esa sociedad de manos unidas aportando y apostando lo mejor de cada uno en pro de sacudirse la escoria que nos oprime y que de alguna manera tanto nos avergüenza.

“Se abre el poema
como el beso al amor,
el agua a la vida,
el sueño a la noche,
el mimo a la ternura,
como la paz a la calma
en la extrañeza del silencio;
abre el poema
la voz de la letra
rompiendo el llanto
que hizo del dolor
la beldad de su canto.
Poeta y poema
uno, en sus versos,
uno, en la ilusión
de seguir escribiendo,
dos…
queriendo ser UNO.”

Decirte a ti, querido lector para finalizar, que estas páginas que tienes entre tus manos, no son sino la consecuencia de un proyecto hecho realidad. Un compromiso conmigo mismo, con mi historia y la de todos aquellos que de una u otra manera tanto me enseñaron, de los que tanto aprendí y a los que tanto agradezco. Un compromiso que, vestido de poesía, vuela buscando más voces a las que unirse y contribuir para hacer un poco más fuerte el clamor contra una injusticia.
«23. Cabalgando sobre tiranías» es hermano menor, de «22. Versos contra la ofensa y la humillación» y ambos, son la humilde y modesta contribución de un aprendiz de poeta que sigue creyendo como dijo Pessoa que «Ser poeta no es una ambición mía, es mi manera de estar sólo», y desde esa soledad – añado yo- compartir lo que voy siendo, sin parar de creer y sin dejar de crear.

Juan A. Pellicer

(La obra se puede adquirir a través de Amazon)

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pin It on Pinterest

Ir al contenido